miércoles, 26 de septiembre de 2012

Las casas terreras de Santa Cruz

Hoy presentamos en nuestra sección de "Artistas invitados" un artículo de Charo Borges Velázquez que en el tiempo de su colaboración en el digital Loquepasaentenerife.com dejó una interesantísima muestra de su preocupación por los temas de nuestro patrimonio cultural y medioambiental. Dichos artículos pueden ser leídos en su blog Paseando por la ciudad. Hoy, pues, les ofrecemos un pormenorizado e interesante trabajo sobre las que fueron las viviendas más humildes de la ciudad de Santa Cruz de Tenerife: las casas terreras.


Esta crónica no pretende hacer un estudio histórico de esta modalidad de vivienda tan frecuente en nuestras islas. Nada más lejos. Lo que me lleva a emprenderla es la curiosidad de haber comprobado, desde hace mucho tiempo, la lenta desaparición o la transformación de muchas de ellas, en el ámbito capitalino, y el deseo de dar a conocer una buena muestra de las que siguen existiendo en distintos puntos del mismo. En definitiva, centrarme en su estética, estado de conservación y lugar de ubicación.

Aunque haga unas brevísimas referencias a su historia, - inevitables, por otra parte -, sólo me mueve el gusto por hacerles partícipes de la admiración que siempre he sentido por estos otrora humildes inmuebles y, en esta época de colmenas y rascacielos de última generación, objeto de deseo de muchos que, cuando lo consiguen, hacen de ellas verdaderas joyas para vivir de un modo más humano. Hechas, pues, las procedentes aclaraciones iniciales, permítanme meterme, de lleno, en harina.

Estas peculiares edificaciones de un solo piso, junto con las cuevas, las chozas y las viviendas de alto y bajo, constituyen las cuatro estructuras habitables más frecuentes en el ámbito rural canario. Pero, a pesar de su origen, con el paso del tiempose fueron integrando en núcleos poblacionales más cercanos a las costas del Archipiélago y se convirtieron en el modesto domicilio familiar de muchos pescadores y trabajadores de los muelles. Este fenómeno se dio en casi todos los litorales isleños y Santa Cruz de Tenerife no iba a ser una excepción. El siglo XIX y los principios del XX son los testigos de la construcción de estas estructuras cúbicas o prismáticas,erigidas sobre un solar de forma rectangular o cuadrada, aunque algún investigador las data en siglos anteriores.

Hoy, con un trabajo de campo sustentado en la ayuda inestimable de una pequeña cámara digital, he podido descubrir en torno a unas trescientas viviendas de aquellos tiempos, en los lugares más dispares y distantes posible. Muchas, magníficamente conservadas en sus rasgos más característicos y, otras, con pequeñas y grandes variantes sujetas, probablemente, al gusto y capacidad adquisitiva de sus propietarios. Unas cuantas, se venden. Otras, están deshabitadas y, a lo mejor, en espera de algún proceso judicial que impide su venta o su derrumbamiento para edificar, en el mismo sitio, una mole de varios pisos. Esta finalidad o la conversión en vivienda de alto y bajo son las causas más frecuentes de la desaparición de muchas de ellas, a medida que la ciudad va creciendo. También me lleva este trabajo gráfico a encuadrar, en dos grandes grupos, el tipo de casa terrera que aún pervive por estos lares. Uno es el de la inmensa mayoría: construidas a ras de las aceras y con su fachada arrancando directamente de éstas. El otro, lo constituye una minoría: las que cuentan con un pequeño jardín entre la acera y la propia fachada e, incluso, algunas con dos o tres escalones para acceder, desde ese jardín, a la entrada de la vivienda. Éstas últimas están localizadas en un único lugar del territorio capitalino.


Sin embargo, todas muestran elementos muy parecidos en su frente y en su interior. En el paramento frontal, lo frecuente es que tengan una, dos o tres ventanas repartidas a los lados de la puerta, siendo todos estos huecos, rectangulares y amplios. Por lo general, tanto unas como otra, están enmarcadas, en su lado superior y en la parte más alta de los laterales, con adornosque, justo en la mitad, muestran interesantes salientes inspirados, a veces, en los capiteles de las columnas griegas y romanas clásicas, aunque la mayoría es de formas más libres y sencillas a base de elementos florales y curvilíneos. Sobre estos huecos suelen ofrecer una cornisa que recorre la fachada a todo lo ancho, y también con variados aspectos. Por encima de este saliente aparece el muro que la cierra y que se corresponde con el antepecho de la amplia azotea que ocupa toda la zona superior de la casa. Ese muro presenta diversas respuestas: desde artísticas balaustradas a todo lo ancho, pasando por las que se alternan con paramento cerrado, hasta los que son sólo una sencilla pared corrida. Las más antiguas suelen ser las más modestas, presentando sólo la puerta y una ventana, y sin ninguna clase de aditamento ornamental. Algunas están deshabitadas y en espera de su derribo para edificar una mole de varios pisos

El apartado del color también ofrece una enorme variedad: desde los sobrios tonos armoniosos y apastelados hasta los contrastes atrevidos y muy vivos. Las puertas suelen ser de madera y, en las casas más cuidadas, con cuarterones y barnizadas o pintadas, a juego, con los matices de la fachada; en la carpintería de las ventanas, se aplica el mismo criterio. Hoy, muchas han sido sustituidas por las más prácticas y duraderas de metal coloreado. Nuestro clima templado propicia, sobre todo en verano, la existencia de la polilla en la mayoría de las maderas y esto hace que terminen picándose y haya que suplirlas por nuevos materiales. La distribución interior responde, asimismo, a un esquema básico que se repite: un largo pasillo que se inicia en la puerta de entrada a la casa y que acaba en un generoso patio que ocupa todo el fondo o queda en un lateral de la edificación. A ese pasillo se abren las distintas estancias que están ventiladas e iluminadas gracias al tragaluz que se corresponde con la superficie del patio. Una escalera que parte de ese mismo espacio permite el acceso a la azotea. Normalmente, el tragaluz aparece cubierto con algún material transparente o traslúcido para evitar la entrada de lluvia en la vivienda y facilitar la iluminación natural.

Para completar esta información, paso a pormenorizar los núcleos donde he encontrado un mayor número de ellas o dónde se ubican algunos ejemplares dignos de reseñar por su peculiaridad. Por lógica, dada su condición de ser marinero y pescador, en el barrio de San Andrés existe una variada muestra de estas antiguas viviendas, aunque pocas están habitadas. Podemos encuadrarlas en el nivel de las más modestas, por sus rasgos definitorios, aunque muchas aportaron la singularidad de estar rematadas por tejados y no por azoteas.

El dibujo a pluma que forma parte de las imágenes, realizado por D. Manuel Sánchez, ilustre acuarelista lagunero, en los primeros años 60, da fe de esta particularidad y, hoy, aún se conserva alguna. Otra característica actual es que algunas aparecen pintadas en blanco con franjas azul celeste, colores muy propios de lugares junto al mar. En aquel otro barrio que también tuvo sabor a sal y olor a yodo marino, El Toscal, la calle de Santiago nos ofrece la conocida Ciudadela, con modestas casas con puerta y una única ventana, bien conservadas, de poca altura, con una techumbre corrida que las cubre a todas, y pintadas con vivos colores contrastados. La mayoría está deshabitada y el conjunto ha sido declarado Bien de Interés Cultural (BIC) por el ayuntamiento capitalino. También los pasajes de Pisaca y de Ravina muestran ejemplares muy cuidados y que siguen siendo vivienda de muchos de sus vecinos. 

Por contra, en la de Tribulaciones se mantiene en pie en torno a una decena, tapiadas y en un estado deplorable, la mayoría.En ella, desemboca el Callejón del Señor de las Tribulaciones, que alberga otra de las ciudadelas de El Toscal, aunque su aspecto dista mucho de la de Santiago. Todas ellas constituyen el conjunto más genuino y antiguo de la capital. A medida que se asciende por la ciudad, la situación observada en El Toscal se advierte en las que se van descubriendo, aunque sean posteriores a las de aquel barrio. De Este a Oeste y de Norte a Sur, podemos sorprendernos con la presencia de muchas casas terreras en el mismo margen de una misma vía o alternadas entre construcciones de mayor altura. Estas comprobaciones llevan a concluir que aquel primer asentamiento en las inmediaciones marinas dio lugar a una expansión por todo el espacio urbanita, que hizo que se convirtiera en el inmueble más solicitado de aquellos 50 o 60 primeros años del siglo XX. 

Los documentos gráficos que existen sobre cómo era esta capital, entonces, son una prueba inequívoca de su abundante presencia en las calles y barrios de la época, y como imagen muy significativa, la de la Rambla de Pulido, en su confluencia con la Plaza de La Paz, captada en 1924. En El barrio de Salamanca, en calles como Isla de La Gomera o Prosperidad, se observan las más auténticas y mejor conservadas de aquellas cuyas fachadas parten directamente de las aceras. Llama la atención, en la segunda de las reseñadas, la existencia del Pasaje de Agulo, muy diferente a los que posee el barrio de El Toscal. En las de Manuel Verdugo, Obispo Pérez Cáceres o Veremundo Perera están las más interesantes del barrio del Urugüay, con sólo siete calles que le hacen ser el más pequeño y uno de los más antiguos rincones del municipio capitalino. Su rasgo distintivo, - y que las hace únicas -, son los cuidados jardines que las anteceden. Más arriba, en el barrio de El Perú, en las empinadísimas calles de Juan Rumeu García y Rafael Arocha Guillama, descubrimos seis o siete de modestas facturas.

Ya cerca de la Vuelta de los Pájaros, aparece un curioso reducto en la calle Francisco Pizarro, donde todas sus viviendas lo son, aunque alguna de construcción más tardía. Otra zona más alejada, la constituye Vistabella que, en sus calles Asiria y Beril, conserva cinco casas al más puro estilo de las del barrio de Salamanca, aunque alguna en estado semirruinoso. Mención aparte queremos hacer a otra suerte de casas terreras existentes en el barrio de La Salud Bajo. Fueron edificadas en torno a los años 60, en calles que, en su mayoría, desembocan en la Avenida de Venezuela, eje principal a partir del cual se fue construyendo el que, a mediados de los 70, sería el distrito más poblado de esta capital. Son viviendas de menor altura y con puertas y ventanas bastante más pequeñas que las de sus hermanas mayores y elementos decorativos más geométricos.

Desconozco si el Ayuntamiento de Santa Cruz posee algún censo y normativa sobre este tipo de construcciones y, si no los tiene, sería una buena referencia, para hacerlo, lo que dice el lúcido historiador lagunero, D. Álvaro Santana Acuña, en una entrevista publicada en el digital loquepasaetenerife.com, con respecto a las terreras de la vecina ciudad de La Laguna, que "Respetando al máximo su arquitectura única, las casas terreras deshabitadas o en ruinas pueden ser transformadas en salas de estudio, salones de gimnasia, un Museo de la casa terrera, puntos de cercanía de la biblioteca municipal, locales de usos múltiples para el disfrute de vecinos y asociaciones. Sería una inversión menos costosa que la restauración de un palacio y, sobre todo, más útil para la vida diaria de los ciudadanos." 

Hago mías sus sensatas palabras y espero que algún día y antes de que desaparezcan las que aún tenemos en esta otra población del área metropolitana, alguna corporación municipal tenga la cordura y sensibilidad suficientes como para poner en marcha ideas que permitan conservar, a pesar del paso de los años, estos trocitos de la historia más sencilla y doméstica de esta capital. Sería un buen legado para los que vienen detrás.

















lunes, 24 de septiembre de 2012

Los viejos molinos de viento

por Melchor Padilla




En 2010, el Cabildo Insular de Tenerife cocluyó las tareas de la  restauración del viejo molino de viento situado en Barranco Grande, del que sólo quedaban unos restos calcinados. Esta rehabilitación ha resultado muy polémica, pues los vecinos han mostrado su descontento a que no se reconstruyera en su totalidad. Era uno de los típicos molinos canarios de mampostería con forma de cono truncado, con una cubierta cónica que podía girar mediante un timón para orientar las aspas según soplara el viento. 



Para hacernos una idea de cómo fue en su época de esplendor tenemos que fijarnos en otro molino cercano situado en Cuevas Blancas, que ha sobrevivido en mejores condiciones gracias al cuidado de sus propietarios: no obstante, aunque fue restaurado en 1974, fue posteriormente abandonado, por lo que ha perdido parte de las aspas. En la declaración como Bien de Interés Cultural (BIC) se describe su interior como un cilindro de 4 metros de diámetro y de una altura aproximada de 10 metros dividido en tres plantas con puertas de acceso en planta baja y primera planta. 

La planta baja o cabuco;estaba a nivel del terreno, servía de almacén y a veces de dormitorio del molinero. La subida a la primera planta se realizaba por una escalera exterior de doble acceso que se adaptaba a la forma troncocónica. Su anchura solía ser de un metro aproximadamente. En esta primera planta había un banco en el que los clientes esperaban la salida del gofio, que ellos mismos recogían en la boca de la tolva o cambal. En la tercera planta, comunicada por una escalera de madera interior, se encontraba la maquinaria del molino, en la que trabajaba el molinero.

El tercero de los molinos se encuentra en Llano del Moro y todavía conserva parte del enfoscado que revestía tanto el interior como el exterior del edificio, aunque ha perdido la techumbre y es utilizado en la actualidad como trastero o basurero. En la fachada se abren una puerta de acceso en el piso inferior y una ventana alta en el segundo piso, ambas con dintel y jambas en madera.

La preocupación por el estado de los molinos no es nueva. Ya en 1964, el profesor Serra Rafols de la Universidad de La Laguna fijó su vista sobre las ya por entonces ruinosas construcciones y afirmó que "si aquí hubiese una sombra de organización turística (…) esos pobres molinos de viento que aún se mantienen en pie serían cuidadosamente reparados, sus aspas dotadas de las telas que un tiempo hicieron de ellos blancas y gigantescas flores, y así, repuestos sus mecanismos, un encargado los haría girar al viento del futuro". Nuestros molinos forman parte del grupo que el etnólogo Caro Baroja describió como molino mediterráneo, por encontrarse ampliamente difundido por todo ese espacio geográfico. 

Según el investigador alemán Fritz Krüger, los molinos canarios, junto con los del sur de Francia, pertenecerían en su mayoría al segundo de los tres tipos de molinos de viento mediterráneos, caracterizado por tener cuatro aspas rectangulares compuestas cada una por una vara central, dos laterales paralelas a aquélla, ocho o más travesaños y velas rectangulares. 

Ligados desde la conquista a la cultura del cereal, permitieron durante siglos, junto a los molinos de agua, la molienda del cereal para la obtención de harinas y, sobre todo, de gofio. Formaron parte de nuestro paisaje y todavía en nuestros días perduran topónimos que nos recuerdan su existencia. En muchos pueblos de la isla y del resto del archipiélago no es raro encontrar una calle o un lugar que los rememore. En la misma ciudad de Santa Cruz, la calle de los Molinos nos señala la existencia de algunos ejemplares en la capital de la isla.

Pero es en La Laguna donde el nombre de la plaza del Llano de los Molinos, en el barrio de San Honorato, es el testimonio de que allí llegó a haber hasta once molinos alineados. En el grabado de la ciudad realizado por Goupil hacia 1840 , aparecen en todo su esplendor "aquellos once gigantes de piedra, enhiestos y alineados como centuriones a lo largo del Llano", como escribió el periodista tinerfeño Leoncio Rodríguez en una de sus Estampas tinerfeñas. No es difícil imaginar el espectáculo visual y sonoro de aquellas aspas girando al viento y el ruido de la maquinaria y las ruedas al moler el grano.
Los cambios tecnológicos y la especulación urbanística fueron acabando lentamente con nuestros viejos molinos. Sustituidos primero por las molinas o molinetas de madera, que ofrecían mejores condiciones de trabajo a los molineros, y más tarde por la energía eléctrica, fueron desapareciendo de nuestro paisaje. En otras islas del archipiélago se ha ido acometiendo la restauración de algunos, como el de Mogán en Gran Canaria (el más grande de las islas), el de Antigua en Fuerteventura (en la actualidad centro de artesanía) o el de Tefía, entre otros.

La restauración de todos estos bienes de nuestra cultura popular sería una buena noticia en el desolador panorama de la conservación de nuestro patrimonio, pues nuestros molinos, según el mismo Leoncio Rodríguez, "bien merecen que se les dedique un recuerdo como a tantas otras cosas gratas y amables de la tierra que se han ido y no volverán".



NOTA. La imagen que encabeza este artículo corresponde al molino de Cuevas Blancas. Fue obtenida por mi antiguo alumno Javier Ramos quien amablemente me autoriza a utilizarla por lo que le doy las gracias.

jueves, 20 de septiembre de 2012

Tenerife surrealista

por Melchor Padilla

En 1935, Tenerife se convirtió en el centro de todo el panorama artístico mundial. Ese año la isla acogió la Segunda Exposición Surrealista, una muestra cultural internacional que reunió en las estancias del desaparecido Ateneo de Santa Cruz obras de Picasso, Dalí, Arp, De Chirico, Max Ernst, Magritte, Tanguy y Óscar Domínguez


En el año 1935 tuvo lugar en nuestra isla un acontecimiento cultural de magnitud mundial. Entre los días 11 y 24 de mayo abrió sus puertas en el desaparecido Ateneo de Santa Cruz la Segunda Exposición Surrealista. En ella figuraban algunos artistas que hoy forman parte de la primera línea de la historia del Arte. En la sala del edificio de la Plaza de la Candelaria colgaron sus óleos Picasso, Dalí, Arp, De Chirico, Max Ernst, Magritte, Tanguy y Óscar Domínguez. También se pudo contemplar la obra de Duchamp, Man Ray o Dora Maar.

André Breton, iniciador y principal teórico del movimiento, definió el Surrealismo como un puro automatismo que permitía la verdadera expresión de la mente humana. Se trataba pues de que la razón no influyera en la creación, para lo que se recurría a juegos o actividades casi hipnóticas. Hay que tener en cuenta que el movimiento surrealista se desarrolló en un momento histórico, el segundo cuarto del siglo XX, en el que había un gran interés por el conocimiento de la psicología humana gracias a las teorías sobre el subconsciente de Sigmund Freud. Los surrealistas plasmaron en sus obras un universo onírico, inquietante y sensual, terrible y obsesivo.

Para entender el desarrollo de la exposición de 1935 es necesario tener en cuenta la fundación en Santa Cruz de la revista Gaceta de Arte por el crítico Eduardo Westerdahl, al que acompañaron en la aventura escritores como Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera, Domingo López Torres, Agustín Espinosa y Emeterio Gutiérrez Albelo. Esta revista se decantó desde sus inicios por la defensa de las vanguardias arquitectónicas y artísticas europeas, no cesando su actividad hasta junio de 1936, pues vio interrumpida su trayectoria por el golpe de estado franquista.

No obstante, esta exposición no habría sido posible sin la colaboración del pintor tinerfeño Óscar Domínguez, quien puso en contacto a los tinerfeños con los líderes del surrealismo francés. El 4 de mayo de 1935 llegaron a Tenerife, en el vapor noruego San Carlos, el papa del movimiento surrealista André Breton, su esposa Jacqueline y el poeta Benjamin Péret. No pudo desplazarse a la isla el poeta Paul Eluard, pues se encontraba enfermo. Cuenta Pérez Minik que, para hacerlos venir, Westerdahl, Agustín Espinosa y él mismo tuvieron que firmar una letra por unas 4.000 pesetas de aquella época, que no terminaron de pagar hasta diez años después pues, pese a las promesas del Cabildo Insular, no obtuvieron ninguna subvención pública.

La prensa local se hizo eco inmediato del acontecimiento. La Prensa afirmaba el 7 de mayo que "la exposición de pintura moderna que hemos venido anunciando (…) constituye una de las manifestaciones más importantes de arte actual que se han verificado en España". El diario La Tarde, que comentaba el día 11 de mayo la inauguración de la exposición, afirmaba que su "trascendencia marca una fecha histórica en el movimiento de las ideas artísticas de nuestra isla".

Pero no toda la prensa tinerfeña se mostró tan partidaria de la exposición, pues el periódico católico conservador Gaceta de Tenerife desarrolló una intensa campaña en contra de esta actividad cultural. Llegó a afirmar en un artículo escrito por una supuesta dama de Santa Cruz, Pura Realidad, que "varios enfermos con imaginación ya en el último grado se dieron cita para saber quién pintaba más disparates". Las obras fueron puestas a la venta, pero no hubo nadie interesado en adquirirlas.

Durante su estancia en la isla se desarrolló un programa de conferencias entre las que destacó la de André Breton en el Círculo de Amistad XIV de Abril del Puerto de la Cruz, en la que intervinieron también Agustín Espinosa y Pedro García Cabrera. El día 24 de mayo –tres días después de lo previsto- se clausuró la exposición y el día 27 regresaron los visitantes a París en un buque platanero.

El día 2 de junio estaba prevista la proyección en el Cine Numancia de la película La Edad de Oro de Luis Buñuel, uno de los ejemplos más representativos del surrealismo cinematográfico. Los organizadores de la exposición habían puesto sus esperanzas en recuperar el dinero invertido en la misma con el pase de esta película, pero la campaña desarrollada en su contra por el ya citado diario católico conservador -la tildaban de pornográfica, inmoral y anticlerical- hizo que el Gobernador Civil prohibiera su exhibición.

Como resultado de esta Segunda Exposición Surrealista se redactó el número 2 del Bulletin International de Surréalisme en el que se incluye el Manifiesto Surrealista firmado por Breton, Agustín Espinosa, Domingo López Torres, Benjamin Péret, Pedro García Cabrera, Eduardo Westerdahl y Domingo Pérez Minik. André Bretón dejó constancia de su presencia en Tenerife en su obra El castillo estrellado. Como afirma el escritor colombiano Rafael H. Moreno-Durán, la exposición "significó el reconocimiento de un grupo de artistas y poetas que, a espaldas de los cánones estéticos del centralismo peninsular, se habían comprometido (…) con una sensibilidad afín a sus inquietudes (…), convirtiendo así la insularidad en universalidad".

El golpe de estado franquista y la brutal represión subsiguiente truncaron radicalmente el desarrollo de este pujante movimiento cultural en la isla. Los miembros de Gaceta de Arte fueron represaliados en mayor o menor medida. Pérez Minik fue detenido en Fyffes; Agustín Espinosa fue separado de su cátedra de instituto; Pedro García Cabrera (preso en los barcos prisión) logró huir de Villa Cisneros; y Domingo López Torres fue arrojado al mar enfundado en un saco cuando tenía 29 años.

Todos ellos gozan hoy de reconocimiento internacional.

NOTA: Pueden hallar más información acerca de este acontecimiento aquí.

lunes, 17 de septiembre de 2012

La ciudad fantasma

por Melchor Padilla

Los que se acercan a Abades, en la costa tinerfeña de Arico, pueden observar un edificio coronado con una gran cruz. La gente de allí lo llama la ermita, pero muchos tinerfeños ignoran que detrás de esta construcción se encuentran muchas más, hasta un total de treinta y cuatro. Es una autentica ciudad abandonada, levantada con piedra tosca del sur cuyo color se confunde con el paisaje. Es la antigua leprosería de Arico y tiene, como casi todo en nuestra isla, una historia que contar.


Terminada la guerra civil, uno de los problemas sanitarios más graves de la sociedad tinerfeña de la época era la lepra, una enfermedad considerada maldita que sólo en Tenerife contabilizaba un total de 197 enfermos en ese momento. En aquellos tiempos se creía que la solución para este problema médico era el aislamiento de los afectados en lugares que tuvieran condiciones climáticas favorables y que estuvieran alejados de los principales núcleos de población para evitar el miedo de la gente al contagio.

Era la época de la posguerra y el régimen franquista impuso en Canarias un modelo económico autárquico dirigido por la autoridad militar a través del llamado Mando Económico. Esto supuso una militarización de la economía del Archipiélago, pues se creía en aquel momento que las islas podían verse implicadas en operaciones militares como consecuencia de la II Guerra Mundial. Este mando consideró de primera necesidad la construcción de la leprosería en la zona de Abades, que fue proyectada en 1941 por José Enrique Marrero Regalado, arquitecto nacido en Granadilla de Abona en 1897 y fallecido en 1956. Es autor de varias obras arquitectónicas de la isla como el edificio del Cabildo, el Mercado de Nuestra Señora de África, la Casa Cuna, el Cine Víctor y la Basílica de Nuestra Señora de la Candelaria. Fue también fiscal de Vivienda.

El proyecto inicial, que no se siguió con exactitud, contemplaba la existencia de varias secciones separadas para sanos y enfermos por sexos. La zona de los enfermos contaba con comedores, servicios, hospital, espacios de recreo y la parte destinada a residencia, donde se encontraban la iglesia y las escuelas.

Marrero Regalado desarrolló el proyecto en un estilo neo-canario de aspecto recargado y monumental, siempre dentro de los parámetros del estilo franquista de la arquitectura de posguerra. Llama la atención la enorme cruz de hormigón con la que coronó la iglesia, pero no hay que olvidar la enorme importancia que tiene en el primer franquismo el papel de la iglesia católica, que se expresó en la ideología del régimen que los historiadores denominan nacional-catolicismo.

Se iniciaron las obras y en la actualidad podemos contemplar los edificios, que presentan distintos grados de finalización. Hay algunas zonas acabadas, pero otras se quedaron solamente en estructura pues las obras se suspendieron debido a que en los años cuarenta aparecieron los primeros tratamientos contra la lepra, al tiempo que se empezó a considerar que los enfermos estarían en mejores condiciones en sus propios domicilios.
La gran obra de la leprosería de Arico nunca llegó a recibir ningún enfermo. Quedó abandonada y comenzó su lento deterioro. En los años sesenta se utilizó para llevar a cabo los campamentos de Falange que eran obligatorios en la época para todos los titulados de la Escuela de Magisterio, pero su utilización más conocida fue como acantonamiento militar para prácticas de tiro. Los militares se ubicaron en la parte más acabada, la que iba a ser destinada a los no enfermos, y todavía podemos ver los restos del circuito de alambradas que rodeaba su perímetro.

Los datos que manejamos los hemos obtenido del estudio de esta obra realizado por la investigadora Blanca Campos, titulado “La Leprosería de Tenerife. Principio y fin de un proyecto inacabado”, publicado en el nº 5 de la revista Sureste, que es el más exhaustivo de los existentes.

En el año 2002 el Ministerio de Defensa sacó a la venta los casi 900.000 metros cuadrados de terreno, que fueron adquiridos por el promotor italiano Alberto Giacomini por un precio aproximado de 17 millones de euros con el fin de construir un complejo turístico que incluiría dos campos de golf y casi tres mil camas hoteleras. El alcalde de Arico, Eladio Morales se felicitaba en aquel momento porque se produciría, en sus palabras “la ejecución de un importantísimo proyecto turístico que introducirá a nuestro municipio en la actividad y el desarrollo del turismo en la isla”. Sin embargo en 2003, el proceso sufre un duro revés, pues la ley de Moratoria Turística paraliza completamente el desarrollo del proyecto en el que el Ayuntamiento había invertido, también, un total de 6 millones de euros.

Desde entonces la fantasmagórica leprosería de Arico ha seguido su lento proceso de deterioro. En ella se han realizado en los últimos años rallies y fiestas rave, ha sido escenario para jugar a paintball, se han rodado videoclips, etc. Como detalle curioso diremos que en el año 2008 sirvió de marco para el rodaje de algunas escenas de la serie Plan América, entre ellas una que tuvo cierta fama, la de la voladura de una vaca por una mina.


Cada vez que pasen por la autopista del sur y vean, a la altura de Abades, la ermita con su gran cruz, recuerden que detrás se esconde una ciudad espectral cuyo silencio sólo rompe el sonido del viento.

NOTA

Pepe Damas nos envía unas artísticas fotografías nocturnas de la leprosería que pueden ver a continuación. Gracias, amigo.








viernes, 14 de septiembre de 2012

Antiguos hornos de cal


por Melchor Padilla


En una antigua imagen coloreada de Santa Cruz que tomó el fotógrafo noruego Carl Norman en 1893 podemos apreciar una vista de la bahía de la ciudad en la que se observan en primer plano unos extraños edificios cónicos que estaban situados en la margen izquierda del barranco de La Alegría. Se trata de uno de los exponentes de una de las actividades industriales de más arraigo en las islas: las caleras u hornos de cal.

Esta industria se inició en la etapa de colonización de las Islas y se mantuvo en constante crecimiento hasta fechas relativamente recientes, en que dejaron de funcionar por la aparición de la industria cementera. Los hornos, que se distribuían por toda la geografía regional, elaboraban cal y yeso, tan importantes para el transcurrir diario del archipiélago. En la construcción, la cal se mezclaba con arena y agua para hacer el mortero y también, disuelta en agua como lechada de cal, se usaba para enjalbegar los muros. Asimismo era fundamental para impermeabilizar charcas y aljibes. En la higiene y la medicina servía como desinfectante en enfermedades contagiosas, para prevenir la putrefacción de aguas estancadas e, incluso, para la prevención de infecciones en los enterramientos.

La cal se obtenía mediante un proceso de calcinación de piedras de carbonato cálcico, denominadas caliche, que se importaban de las islas en las que más abunda este material: Gran Canaria y Fuerteventura. Desde allí era transportada por vía marítima a las restantes del archipiélago, lo que explica que la mayor parte de los hornos se encuentren cerca de la costa; además, debido al peligro inherente al manejo de cal viva, se prefería exportar la materia prima

Eran construcciones muy sencillas. Exteriormente tenían una forma troncocónica y su interior se componía de dos partes diferenciadas: la superior, que era la cuba de carga donde se colocaban las piedras que debían quemarse, y la inferior u hornilla, separadas por unas parrillas que descansaban en un puente de hierro por su parte delantera y quedaban empotradas en la parte trasera de la obra o bien sobre resaltes de la misma. Una puerta de acceso situada en la parte inferior del horno servía para prender fuego al hogar y extraer el producto una vez calcinado

El proceso era como sigue: la cuba se cargaba de capas alternadas de caliche y carbón. Se prendía fuego por la puerta inferior y el calor -más de 900 grados- tardaba en llegar a la parte superior del horno cinco o seis días, momento en que la cal bajaba a través de las parrillas móviles hasta la hornilla por la acción manual. 

En la actualidad quedan en nuestra isla algunos bellos exponentes de esta actividad industrial, pues en los últimos años se ha producido un proceso de restauración de hornos existentes en algunas zonas de la isla de Tenerife. El mayor de todos ellos (en la imagen de la derecha) se encuentra en el suroeste de la isla, en Playa de San Juan, en Guía de Isora, al final del paseo que bordea la playa. Se trata de una estructura fabricada en piedra tosca, de una altura considerable, lo que permitía una gran producción de cal. Cerca de allí y sin restaurar se encuentra el horno de El Varadero, por Playa de Alcalá. En el mismo sur existen las ruinas de otro molino en Montaña Bocinegro, cerca de El Médano y otro ha sido incluido en la declaración como Bien de Interés Cultural de la Zona Paleontológica de Punta Negra, situada cerca de Las Galletas, en el término municipal de Arona.

En el norte de la isla encontramos dos lugares en los que, gracias a la restauración mencionada, se han conservado interesantes ejemplares de hornos de cal. El primero es el que se encuentra en el municipio de Los Silos, en la urbanización de La Sibora, en la zona de El Puertito. Se trata de un conjunto de dos hornos adosados (uno mayor que el otro) que, sobre una base cuadrada, levantan un segundo cuerpo circular y escalonado. Una fecha grabada en una de las bocas de descarga nos informa de que por lo menos el mayor de ellos data de 1931. Junto a los hornos hay un aljibe de agua que era necesaria para el apagado de la cal.

Pero sin duda el conjunto más espectacular se encuentra en el municipio del Puerto de la Cruz en la zona conocida como Las Cabezas (en la imagen de la izquierda). Se trata de un grupo de tres hornos, dos mayores y uno más pequeño que producía el yeso, todos ellos de factura muy similar a la que veíamos en los de Santa Cruz. Junto a estas construcciones también se encuentran dependencias auxiliares, como las tanquillas de agua, el cuarto del carbón -traído por veleros ingleses desde Gran Canaria y que sustituyó a la madera de brezo- o el cuarto de la calera, donde se conservaba la cal cocida para ser vendida al público.

Los hornos de cal dejaron de funcionar entre finales de la década de 1950 y los primeros años de la siguiente debido a la creación de fábricas de cemento en cada una de las dos islas capitalinas.En la actualidad, pese a lo que hemos comentado de la restauración, quedan pendientes algunos aspectos que indican cierta desidia por parte de las autoridades. De los tres casos que hemos citado, en Playa de San Juan y en el Puerto de la Cruz hemos detectado ciertas señales de abandono como son pintadas, basuras, roturas de los elementos de iluminación, etc. Sería importante que nuestras autoridades no solo restauraran, acción loable por otra parte, sino que una vez realizadas las obras adjudicaran presupuestos para conservación y mantenimiento.

UNA DUDA SIN RESOLVER ¿HUBO HORNOS DE CAL EN LA LAGUNA? 

En esta fotografía de La Laguna, en la que vemos desde la Plaza de la Junta Suprema hasta comienzos del Camino Largo, aparecen cerca de la que hoy es la esquina entre Cabrera Pinto, Lucas Vega y Camino Largo unas estructuras cónicas que parecen caleras 
¿Alguien puede aclarar este asunto?


lunes, 10 de septiembre de 2012

La cazadora de flores en Tenerife

por Melchor Padilla



En el sudoeste del Gran Londres, a orillas del Támesis y entre Richmond upon Thames y Kew, se encuentran unos de los más importantes jardines botánicos del mundo, los Kew Royal Botanic Gardens. Considerados Patrimonio de la Humanidad, ocupan un total de 120 has. y allí se cuidan las colecciones botánicas más grandes y más diversas del planeta. Al mismo tiempo es un centro de investigación científica respetado internacionalmente donde se identifican y clasifican plantas, se investiga su estructura química y genética, se recolectan y conservan especies amenazadas, se restauran bosques degradados y otros hábitats al tiempo que se mantienen las colecciones de referencia y se comparte este conocimiento con otros.

En la zona sureste de estos importantes jardines londinenses se encuentra un pabellón de no muy grandes dimensiones. Si penetramos en su interior podremos contemplar un sinnúmero de pinturas que ocupan todo el espacio disponible de sus salas. Miremos con atención los cuadros allí colgados y nos sorprenderemos al contemplar que en algunos de ellos aparecen paisajes, árboles y plantas que identificamos inmediatamente como de nuestras islas. Este pequeño museo no es otro que la Marianne North's Gallery, donde se guarda la prolífica obra de la pintora inglesa que le da nombre.

Marianne North nació en octubre de 1830 en Hastings, Inglaterra,  y quiso formarse desde muy pronto para ser cantante pero se vio obligada a renunciar a esta vocación por falta de aptitudes. A partir de entonces comenzó a pintar flores, labor que le acompañaría toda la vida. En 1855, tras el fallecimiento de su madre, comenzó a viajar con su padre, un terrateniente y político, que era diputado del Parlamento por Hastings. A la muerte de este decidió hacer realidad su sueño: viajar por todo el mundo dibujando especies vegetales. Y durante los años 1871 y 1872 recorrió, entre otros países, Canadá, Estados Unidos y Jamaica, permaneciendo luego un año en Brasil

Tras un duro invierno en 1874 en Inglaterra, decide trasladarse a un clima más cálido y, siguiendo los consejos de algún amigo, decide venir a Tenerife, donde permaneció tres meses. Llega a Santa Cruz en enero de 1875 y se dirige a la Villa de la Orotava. Estando allí recibe una invitación por parte de la familia propietaria para quedarse unos días en la Rambla de Castro en Los Realejos y allí permanece tres días.

A mediados de febrero se trasladó al Puerto de la Cruz, alojándose en el Sitio Litre, propiedad por aquel entonces de Charles Smith, en cuyo afamado jardín y alrededores afirma Marianne  que “viví una vida en la más perfecta paz y felicidad y conseguí fuerza cada día con mis amables amigos”. Visitó Las Cañadas, La Orotava, Los Realejos, San Juan de la Rambla, Garachico e Icod entre otros lugares. De su paso por la isla quedan veintinueve pinturas basadas en los paisajes y la flora de Tenerife. 

Como afirma el historiador Nicolás González Lemus,  “sus cuadros fueron pintados con el propósito de despertar una admiración por la vegetación y flores de nuestra naturaleza entre las gentes. Nos encontramos, pues, ante una encantadora mujer victoriana arropada por una notable cultura botánica y capaz de expresarla con gran agudeza a través de la pintura” Pero de su estancia en la isla no sólo nos dejó su obra gráfica sino que también escribió sus impresiones sobre sus tres meses en Tenerife. Por fin, a finales de abril regresó a Londres.

En agosto de 1875 comienza un viaje a través del mundo que la llevaría a California, Japón, Borneo, Java y Sri Lanka. Los dos años siguientes los pasó pintando especies vegetales de California, Japón, Borneo, Java y Sri Lanka. Más tarde visitó la India, donde permaneció un año llegando a alcanzar el Himalaya.

A su regreso a Londres en 1879, expuso quinientas de sus pinturas en Kensington y, a la vista del éxito de la exposición, decidió buscar un lugar para exhibir su obra permanentemente, por lo que ofreció sus pinturas a los Reales Jardines Botánicos de Kew donde aceptaron construir un pabellón para acogerlas. Por indicación de Darwin se traslada entonces a Australia para pintar la flora y a su vuelta se abre al público el 9 de julio de 1882 la Marianne North’s Gallery. Los años siguientes continuó viajando para dejar constancia de la flora africana y sudamericana. Murió en su casa de Alderley  el 30 de agosto de1890. Sus recuerdos y notas fueron publicados por su hermana con el título de Recuerdos de una vida feliz.

En los últimos años la Galería de Marianne North ha sido objeto de grandes obras de renovación, y los visitantes puede ver en la actualidad hileras sucesivas de dibujos de vivos colores que muestran flores, paisajes, animales y aves. En esta colección hay 833 pinturas, todas ellas realizadas durante trece años de viajes alrededor del mundo.

La visita a la Marianne North’s Gallery, la única exposición permanente en solitario por una artista femenina en Gran Bretaña, es una experiencia que ningún visitante de Londres debe perderse. Sobre todo los tinerfeños, que podemos contemplar unos luminosos pedacitos de nuestra isla en la lejana Inglaterra pintados por la que fue conocida como “la cazadora de flores”.