jueves, 30 de agosto de 2012

El hombre que mató a 'Bill el carnicero'

por Carlos Padilla.



El papel de Daniel Day-Lewis en la película Gangs of New York, de Martin Scorsese, ya forma parte del catálogo de los mejores villanos de la historia del cine. La cinta, ambientada a mediados del siglo XIX, narra el regreso a la gran manzana de Amsterdam Vallon para vengar la muerte de su padre, años atrás, a manos del sanguinario William Poole. El joven finalmente hace justicia y liquida a Bill el Carnicero durante las revueltas sufridas por la ciudad en 1863. El relato de Scorsese guarda cierta relación con el histórico, aunque con algunos matices. Poole existió en realidad. Se le conocía en Nueva York como el Carnicero, fue boxeador callejero, miembro de varias bandas anticatólicas y antiirlandesas del distrito de Five Points y líder del movimiento político Know Nothing, germen del Native American Party.


Su mayor enemigo era John Morrisey, un inmigrante irlandés que trabajaba para Tammany Hall, una facción política opuesta. En una ocasión, lo que varias fuentes califican de disputa relacionada con el boxeo terminó en tragedia: Morrisey acudió junto a su amigo Lewis Baker a un bar de Broadway y este último tiroteó a Poole. Sucedió el 25 de febrero de 1855.

Tras el crimen, Lewis Baker huyó de la ciudad. Poco después decidió dejar el país para ponerse a salvo de las autoridades y de la venganza de los miembros del Native American Party. Así, se embarcó en el bergantín Isabella Jewett con un nombre falso y partió rumbo a Canarias. El episodio que sigue a continuación, y que culminó con el arresto del asesino, ha sido recogido por los historiadores en diversas ocasiones. Como ya informó en 2002 en el periódico Diario de Avisos el periodista Eduardo García Rojas, Herbert Asbury sitúa la detención, en su libro Gangs of New York (1928), "cerca de Tenerife". El diario Brooklyn Daily Eagle también menciona este suceso, relatando que "el vuelo desesperado de Baker terminó con su captura en la costa de Tenerife". Por su parte, la revista de historia de Nueva York City of Smoke fija el arresto en algún lugar "a dos horas de Tenerife".

Sin embargo, la hemeroteca del periódico The New York Times conserva una serie de documentos que ayuda a arrojar más luz sobre la huida de Lewis Baker a Canarias. Se trata de todos los ejemplares que hablan de la captura y juicio del prófugo, de su paso por las islas, Gran Canaria y Tenerife, e incluso de cómo cautivó a los agentes estadounidenses la visión del Teide desde el mar. No podemos dejar de citar algunas de las claves que este archivo aporta:
  • La policía salió en busca de Lewis Baker en un barco, el Grapeshot, cedido por los compañeros de Poole en el partido Native American. Los agentes cruzaron el océano para capturarlo y someterlo a juicio. Partieron el 18 de marzo de 1855 y llegaron a Las Palmas el 7 de abril.
  • El viernes 6 de abril, Stephen R. Thorne, un asistente del juez enviado para documentar la operación, escribió lo siguiente: "La isla de Gran Canaria a la vista, podemos ver el pico de Tenerife en la distancia, asomándose sobre las nubes".
  • Al día siguiente, echaron el ancla: "Bajamos el bote, desembarcamos bajo el fuerte y caminamos hacia la ciudad de Las Palmas, a dos millas de distancia [...]. Nuestro recorrido fue a lo largo de una playa de arena, pasamos algunos buenos campos de trigo y también de millo indio, que ellos siembran por todas partes como nosotros hacemos con el centeno".
  • Un rato después, se reunieron con las autoridades. "Entramos en la ciudad a través de un portón ruinoso [...]. Inmediatamente llamamos al gobernador de la isla, al alcalde de la ciudad, al capitán del puerto y a los principales oficiales. Les expusimos nuestro cometido y ellos francamente nos dieron la información en su poder y se interesaron por prestarnos toda la ayuda posible". En total, pasaron 10 días hasta que tuvo lugar la detención. Durante ese tiempo, la comitiva tuvo tiempo de disfrutar de una plácida estancia.
  • Los estadounidenses fueron invitados a visitar "el Club House, el principal hotel en la isla". "Durante nuestro paso por la isla no encontramos sino dos personas que hablaran inglés y las dos eran de Gran Bretaña: ni un americano en la ciudad. Ninguno de los altos funcionarios sabía hablar una palabra de nuestro idioma. Eran sociables y de maneras agradables. Se interesaron mucho por nuestra misión y nos preguntaron muchas cosas sobre Cuba y Estados Unidos".
  • El domingo 15 de abril, aún sin señales del bergantín que llevaba a Lewis Baker, hablaron con la tripulación de un barco inglés que recaló en Gran Canaria. "Habían dejado Inglaterra el día 14 del mes pasado. Pararon en Tenerife para descargar parte de su mercancía. El capitán nos informó de que en esa isla ya tenían noticias de nuestra misión. Tenemos una buena vista del pico de Tenerife todas las tardes con la puesta de sol".
  • Un día después, el emisario del juez seguía impresionado con la vista del Teide: "Al llegar la puesta de sol tenemos la más espléndida vista de Tenerife y de todas las montañas a lo largo de su costa. Las miramos hasta que las nubes las taparon y quedó el pico de Tenerife sobre ellas".
  • El 17 de abril, al amanecer, levaron anclas para aproximarse a Tenerife. Durante el trayecto, descubrieron un bergantín que avanzaba hacia Las Palmas. Pronto se dieron cuenta de que era el Isabella Jewett. A las ocho de la mañana, se acercaron a él, hicieron dos disparos, bajaron la barca y lo abordaron, arrestando a Lewis Baker, que en un principio intentó hacer creer a la tripulación de su nave que se trataba de piratas que querían raptarlo. Su viaje a Canarias había terminado.
Esta es la historia del hombre que mató a Bill el Carnicero. Tras su regreso a Nueva York, Baker fue juzgado dos veces y finalmente absuelto en 1856 por un juez de su misma tendencia política y, por lo tanto, también rival de Poole.

NOTA: Puedes consultar la transcripción de los juicios y los artículos publicados al respecto en 1855 en la hemeroteca de The New York Times

lunes, 27 de agosto de 2012

Los irlandeses canarios

En el Puerto de la Cruz, cerca de la ermita de San Amaro, llama la atención una hermosa casona neoclásica que se conoce con el nombre de Casa Cólogan cuya belleza llegó a ser alabada por científicos extranjeros que recalaron en el Puerto. El inmueble que fue comprado por Bernardo Walsh o Valois en 1703, presenta planta cuadrada y dos cuerpos, con cerramiento de cubierta plana. La distribución de los vanos es rigurosamente simétrica, con tres huecos por planta y la puerta en posición axial. A ambos lados de la entrada, separados por el paseo que divide los dos parterres, se emplazan sendos módulos independientes. Este edificio nos habla de la presencia de muchas familias irlandesas que desde finales del siglo XVII se afincaron en nuestras islas. Para entender las causas de su importante presencia en Canarias tenemos que conocer, aunque sea someramente, algo de la historia de Irlanda.


La primera oleada de irlandeses llegó a las islas hacia 1651, cuando se produjo la derrota de los católicos por Oliver Cromwell como consecuencia de las llamadas Guerras de los tres reinos, una sucesión de conflictos en Escocia, Irlanda e Inglaterra entre los que se incluye también la Guerra Civil Inglesa. Después de la guerra casi todas las tierras de los católicos irlandeses fueron confiscadas y concedidas a los protestantes. Además la guerra, el hambre y las enfermedades causaron la muerte de hasta una tercera parte de la población. A partir de este momento llega la primera oleada de emigración hacia España y por supuesto hacia Canarias. Entre los apellidos de este primer momento podemos contar, entre otros, a los citados Cólogan, a los O’Daly, Walsh o Valois, Sall, Madan, Cullen y Kábana. Años más tarde aparece el primer O’Shanahan.

A finales del siglo diecisiete se produce la definitiva derrota de los católicos –jacobitas- dirigidos por los Estuardo, a manos de Guillermo de Orange y entonces una gran cantidad de irlandeses, atraídos por la identidad de religión, arribará a las islas. Entre éstos estaban los White, Power, Molowny, Meade, Kelly y Murphy. Tomaron residencia en Las Palmas, Puerto de la Cruz, Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma donde se dedicaron al comercio con América. Como afirma el profesor Hernández en un artículo dedicado a la figura de José Murphy, al principio la endogamia de grupo era consustancial a la colonia irlandesa en Canarias por lo que la mezcla de los apellidos que hemos citado fue muy frecuente. 

Los descendientes de aquellos primeros irlandeses han llegado hasta nuestros días dejando una importante huella en la historia contemporánea de Canarias. Algunos de ellos son:
Dionisio O’Daly, comerciante de Santa Cruz de La Palma, quien, junto al abogado Anselmo Pérez Brito, consigue a partir de 1766 que se produzca la elección de regidores bienales para la isla en lugar de los regidores perpetuos que existían hasta esos momentos, a pesar de las fricciones con los regidores y su hegemonía política en la isla, dando lugar así a las primeras elecciones que se celebraron por sufragio del pueblo en toda España y al triunfo de la burguesía palmera sobre la nobleza.

El ya citado José Murphy, que nació en 1774 en Santa Cruz de Tenerife. Educado para la carrera mercantil, desarrolló una gran actividad comercial con el extranjero. Hasta el Trienio Liberal, participó de forma activa en la vida pública tinerfeña. Su carrera política estuvo marcada por la lucha por la hegemonía de Santa Cruz frente a La Laguna y Las Palmas y por la defensa de las libertades comerciales de las Islas. Entre los descendientes de su familia debemos recordar las insignes figuras de Patricio y Nicolás Estévanez Murphy.

También hemos de citar la figura del músico más importante de nuestro archipiélago y, cómo no, descendiente también de aquellos irlandeses. Nos referimos a Teobaldo Power (1848-84) que destacó desde muy joven como pianista y compositor. Fue un niño prodigio capaz de sorprender a los intelectuales de su época. En Barcelona y París realizó sus estudios musicales que concluyó con tan sólo 18 años.
Su carrera musical la desarrolla en Tenerife, Cuba, Madrid, Lisboa, Madeira y Málaga. Entre estos viajes y debido a su delicada salud –padecía tuberculosis- pasa una temporada en su Tenerife natal, concretamente en el pueblo lagunero de Las Mercedes, donde compone los Cantos Canarios, la gran obra musical de las islas, que recoge fragmentos de los más famosos aires populares y que se convierte en uno de nuestros más importantes símbolos. Su Arrorró se ha convertido en el himno oficial de Canarias.

Otro personaje ligado a estas familias irlandesas es Bernardo Cólogan y Cólogan, nacido en el Puerto de la Cruz en 1847 y fallecido en Madrid en 1921. Perteneciente a la carrera diplomática era embajador español acreditado en Pekín cuando los acontecimientos del año 1900, la conocida como guerra de los “Boxers” y el asalto de las embajadas, descritos en la película “Cincuenta y cinco días en Pekín”. El representante español jugó allí un enorme papel pues, como decano del cuerpo diplomático, negoció y firmó el acuerdo que arregló aquella situación. Más adelante, en 1913, lo vemos como embajador en México, mientras se desarrollan los sucesos que se conocen con el nombre de La Decena Trágica que supusieron el derrocamiento y posterior asesinato del presidente constitucional Madero y su sustitución por el militar golpista Huerta.

Otros nombres de la política y la cultura están relacionados con las familias irlandesas de Canarias. Como ejemplo podemos citar a los hermanos Agustín, Manolo y Totoyo Millares Sall –poeta, pintor y músico respectivamente- descendientes de irlandeses por parte de madre. El poeta, también grancanario, Alfonso O’Shanahan o el que fuera presidente del gobierno de Canarias entre 1988 y 1991, Lorenzo Olarte Cullen.

Como hemos visto, los descendientes de aquellos primeros irlandeses han ocupado un lugar importante en la sociedad insular y todavía siguen presentes entre nosotros.



jueves, 23 de agosto de 2012

Los guardianes de la costa

por Melchor Padilla

A lo largo de la costa de Tenerife permanecen todavía muchos búnkers o fortines destinados en su día a ser nidos de ametralladoras o cañones ligeros. Fueron la respuesta de una España arruinada tras la guerra a una posible invasión británica en pleno conflicto bélico mundial


Cerca de Montaña Roja, entre El Médano y La Tejita, se encuentra la montaña Bocinegro. En su ladera podemos ver una de las más características fortificaciones de la isla. Se trata de una casamata de hormigón que se construyó para contener, posiblemente, ametralladoras o, más probablemente, un cañón ligero. En su interior conserva todavía restos de una ocupación reciente: tablas de surf, algunos deteriorados muebles, una cocina… todo ello revuelto y desordenado. Esta imagen de deterioro del bélico edificio se contradice con lo que afirma el cartel indicador del Parque Natural de Montaña Roja, que afirma que el edificio “ha pasado a formar parte del patrimonio histórico de este lugar”

No es el único en la zona, ni en las islas. Los podemos encontrar en todas las costas del archipiélago pues se llegaron a construir en las islas 426 asentamientos entre casamatas de artillería y nidos de ametralladoras. Sólo en Tenerife llegó a haber 147. Los encontramos en todas las costas de la fachada sur de la isla desde Las Teresitas a Los Cristianos y nos evocan lo que fueron las islas en los años de la postguerra, mientras se desataba en el mundo la II Guerra Mundial. Si en política interior fueron años de durísima represión por parte del bando franquista, que se cebó con los vencidos -años de aislamiento, de cárceles y campos de concentración, de hambre y cartillas de racionamiento y de cambuyón-, en lo que se refiere a la política exterior ésta estuvo marcada por las peculiares relaciones entre las potencias enfrentadas en la gran guerra y el gobierno franquista.

Pocos meses después de finalizada nuestra guerra, la Alemania nazi comenzó su política de anexiones europeas, que produciría el estallido de la segunda Gran Guerra. El gobierno franquista español mantuvo hacia las potencias del Eje una actitud ambigua que osciló entre la neutralidad y la beligerancia incompleta, con el envío de un cuerpo expedicionario al frente del este integrado en el Ejército alemán: la División Azul. Alemania comenzó a mostrar desde el principio un enorme interés por las islas Canarias, llegando al extremo de solicitar al gobierno de España la cesión de una de las islas, posiblemente Gran Canaria, con el fin de utilizar su infraestructura portuaria como base de aprovisonamiento de la armada.

Desechada esta posibilidad por la susceptibilidad del gobierno español, el III Reich se interesó en reforzar la defensa del archipiélago a fin de impedir que los aliados pudieran ocuparlo para así minimizar el éxito de una posible captura de Gibraltar por parte de los alemanes. Para éstos, nuestras islas ocupaban un lugar estratégico de primera magnitud para el control de las rutas marítimas hacia el futuro imperio colonial que creían seguro. De hecho, sabemos de la presencia de varios submarinos alemanes -los temidos U-Boote- en el Puerto de La Luz de Las Palmas para repostar.

Los británicos, dada la irresponsable política exterior de España, consideraban inminente la entrada en la guerra de nuestro país, por lo que comenzaron una serie de preparativos de conquista del archipiélago. Estos planes de ocupación, que duraron desde 1940 hasta 1943, recibieron varios nombres a lo largo del tiempo, pero el más conocido es el de Operación Pilgrim.

El ejército español llevó a cabo una serie de preparativos para tratar de contrarrestar esa posible invasión pero no le fue posible que llegaran los medios materiales y humanos necesarios para garantizar la defensa de las islas -sobre todo fuerzas aéreas y navales-, teniendo que recurrir a la acumulación de tropas de infanteria y cañones de artillería.

España, recién salida de la guerra civil y arruinada por ésta y por una absurda política de autarquía económica, no pudo establecer sino un sistema defensivo del que formaron parte nuestros búnkers. Se trataba de contener un posible desembarco en las playas de las islas mediante la instalación de cañones, muchas veces anticuados, y nidos de ametralladoras; es decir, aprovechar los escasos recursos de los que se disponía.

Pero, como afirma el profesor Díaz Benítez en su completo e interesante estudio Canarias indefensa: los proyectos aliados de ocupación de las Islas durante la II Guerra Mundial, los militares españoles trataron de “aprovechar al máximo los escasos recursos disponibles, aún sabiendo que eran insuficientes para garantizar la defensa” y que “la planificación militar española no era perfecta ni habría evitado la realización del ataque británico, pero tampoco puede considerarse mediocre”. De hecho obligó a los británicos a retrasar una y otra vez sus planes de invasión.Tras la entrada de los americanos en la guerra y los desembarcos en el norte de África, los planes británicos perdieron importancia, pero pese a los esfuerzos de los militares españoles quedó clara la indefensión de Canarias tanto en tiempos de paz como de guerra.

En nuestros días no todas las antiguas construcciones de nuestras playas están en el mismo grado de conservación. En Las Teresitas, que antes contaba con tres búnkers, sólo ha sobrevivido uno en deplorables condiciones. Otros están en mejor situación, pero la Demarcación de Costas de Tenerife tiene prevista la demolición de la casamata de La Tejita. Mención especial merece el lamentable estado de la batería de la Quinta Roja en Santa Úrsula artillada en 1941 como una batería de costa complementaria para hacer frente, sobre todo, a cualquier tipo de desembarco que se produjese en las playas del Puerto de la Cruz.

Debería llevarse a cabo en el caso de los búnkers de la zona de El Médano-La Tejita lo que está previsto en el Plan Director de la Reserva Natural Especial de Montaña Roja (Tenerife) de 2004, que en su artículo 44 sobre gestión del uso de los nidos de ametralladoras o bunkers establece que las actuaciones se centrarán en el desalojo de aquellos búnkers que se han convertido en viviendas, realizar un estudio de documentación histórica de los búnkers, desarrollar un proyecto de restauración y adecuación de los mismos, así como elaborar paneles interpretativos con la finalidad de resaltar la importancia de la Reserva en un acontecimiento de tal envergadura como la II Guerra Mundial.

Creemos que sería de interés que se siguieran manteniendo al menos algunos de estos búnkers, pues nos siguen recordando lo vulnerables que son nuestras islas en caso de un conflicto bélico.


NOTA: Quiero manifestar mi agradecimiento al amigo Pepe Damas por permitirme utilizar su excelente fotografía nocturna de la batería de la Quinta Roja de Santa Úrsula.

lunes, 20 de agosto de 2012

Trágicos amores laguneros

por Melchor Padilla

Ésta es la historia de dos mujeres diferentes, pero unidas por su desgraciado final. Dos mujeres que vivieron en una sociedad, la canaria, en la que el género era motivo inevitable de sometimiento


Las historias, las leyendas que hemos heredado de nuestros mayores, casi siempre trascienden de ellas mismas y nos hablan de sociedades, de grupos humanos del pasado. Nos dan a conocer cuáles eran las costumbres, la vida cotidiana, las formas de ser y vivir y los avatares que nos han ido convirtiendo en lo que hoy somos. La Historia no es sólo el relato ordenado de hechos más o menos importantes sino que debe ser, sobre todo, el estudio de la vida de los hombres y mujeres que nos han precedido en el tiempo, de sus afanes, de sus problemas, de sus inquietudes.

En la iglesia del convento de las Catalinas de La Laguna, a la derecha del altar mayor, sobre el arco que conduce a la sacristía podemos ver un pequeño ventanillo que permite asistir a los oficios religiosos a una persona que se encuentre en la habitación que se comunica con la nave del templo. La tradición relaciona esta abertura con un hecho ocurrido en 1651: Jerónimo de Grimón y Rojas, hijo natural del dueño de la casa que hoy conocemos como Palacio de Nava –situado al lado del convento de las Catalinas- huye con su enamorada, la monja profesa de dicho convento Sor Úrsula de San Pedro. Tratan de salir de la isla en un navío inglés anclado en la bahía de Santa Cruz, para lo cual ella se disfraza de paje, pero poco antes de zarpar la nave son descubiertos por la justicia. Sor Úrsula es enviada de vuelta al convento y él es acusado de rapto de una religiosa y condenado a muerte. La sentencia se cumple en la primavera de ese año. Se obligó a Sor Úrsula a presenciar desde el ajimez del convento la ejecución, en la plaza del Adelantado, de su amado, cuya cabeza, clavada en una pica, fue expuesta para escarmiento público durante muchos días. Ella, encerrada de por vida, sólo podrá presenciar los oficios religiosos a través del pequeño ventanuco.

La otra historia roza los límites de la fantasía y se ha convertido en una leyenda lagunera muy conocida. Hablamos en este caso de Catalina Lercaro, supuesta hija de, al parecer, uno de los más conspicuos miembros de la poderosa familia de origen genovés de los Lercaro-Justiniani, cuyo palacio lagunero es en la actualidad Museo de Historia y Antropología de Tenerife. En el patio posterior de la casa podemos contemplar el brocal de un antiguo pozo -hoy inexistente o cegado- por el que se habría arrojado la infortunada joven para no tener que consumar el matrimonio que su padre había acordado para ella con un hombre mucho mayor y, al parecer, tratante de esclavos. Sigue diciendo la leyenda que fue enterrada en ese mismo patio, ya que, por haberse suicidado, no podía recibir sepultura en sagrado. El resto de la historia es conocido, pues muchos aseguran que el fantasma de la desgraciada Catalina recorre todavía en la actualidad las estancias de la antigua mansión donde vivió y murió.

Estos dos relatos tan diferentes tienen, no obstante, un denominador común. Los dos nos hablan de amores o desamores infortunados pero, sobre todo, nos dan una imagen muy clara de la situación real de las mujeres en la sociedad española de los siglos XVI al XVIII y, por tanto, también en la canaria.

En aquellos siglos se atribuían a las mujeres tres funciones básicas: ordenar o llevar a cabo ellas mismas los trabajos del hogar, procrear hijos y satisfacer las necesidades amorosas del esposo, por lo que el objetivo de sus vida era el matrimonio, y la soltería femenina una desgracia entre las clases medias y altas porque se veía como un fracaso de la mujer. Esa es la razón por la que ellas se preparaban casi exclusivamente para el matrimonio, convirtiéndose en doncellas. Como dice el profesor Rodríguez Yanes en su magnífica obra de 1997 La Laguna durante el Antiguo Régimen: “Si en general (…) la calidad de doncella, la virginidad y la institución matrimonial gozan de relevancia social, en un contexto nobiliario la pérdida de la honra implicaba un mayor desdoro que en las clases más pobres”. Es decir, que cuanto más alta fuera la consideración social de las mujeres, peores serían sus condiciones de vida personal.

De las mujeres se esperaba en la época que fueran obedientes, castas, retraídas, vergonzosas y modestas. Además debían ser calladas y estar encerradas en casa. La mujer era considerada siempre una menor y, por tanto, debía depender siempre de un hombre, por lo que pasaba de la tutela del padre a la de su marido. En las clases altas los matrimonios eran concertados de antemano por los padres sin que las muchachas pudieran expresar su opinión casi nunca. A pesar de ello el matrimonio era preferible a la soltería. Pero, ¿qué ocurría si no se conseguía casar a alguna hija? La solución estaba clara: debían profesar en un convento y para ello la familia debía pagar la correspondiente dote. Las jóvenes quedaban encerradas de por vida y sólo de manera muy esporádica se producía el galanteo de monjas, muy perseguido por las leyes de entonces.

Las dos historias que hemos contado, la de una joven monja condenada al encierro perpetuo por tratar de huir con su amante y la de una doncella casadera que pone fin a su vida para no tener que obedecer las órdenes de su padre, tienen ambas un final desgraciado y no son sino el reflejo de una sociedad, la canaria, en la que las mujeres han sido por tradición uno de los componentes más sometidos de la escala social.

ACTUALIZACIÓN

La historia del fantasma de Catalina Lercaro ha seguido dando vueltas a lo largo de estos años. De ella se hizo eco el programa de Iker Jiménez, Cuarto Milenio especializado en temas esotéricos y se han contado muchas anécdotas sobre apariciones, sobre todo nocturnas, que han aterrorizado a algunos miembros del personal que trabaja en el museo.

No obstante, en fechas recientes se ha realizado un estudio del asunto por profesores de la Universidad de La Laguna que concluye que todo es una patraña. En cualquier caso, y sin entrar a valorar un debate que se me antoja absurdo, el tema del fantasma se ha convertido en un claro elemento de atracción turística. No soy muy proclive a creer en esas cosas pero creo que se debe mantener la leyenda como curiosidad local. Un palacio con fantasma en La Laguna ¡qué maravilla para el marketing!

Termino recomendándoles efusivamente que visiten los dos lugares que hemos nombrado hoy, el convento y el palacio, pues ambos valen la pena.

jueves, 16 de agosto de 2012

Veranos en el castillo

por Melchor Padilla


Si continuamos el paseo que parte desde el túnel de Mesa del Mar y recorre toda la longitud de Playa de la Arena, llegará un momento en que no podamos seguir. Entonces, si miramos hacia los sobrecogedores riscos sobre nuestras cabezas, veremos una pequeña casa con una torre coronada por almenas. No es un castillo ni tiene nada que ver con la defensa del litoral. Fue una finca de recreo, el capricho de un rico terrateniente tacorontero y padre de uno de los grandes pintores canarios. Se lo conoce como el Castillete de Guayonje o, simplemente, el Castillo de Óscar Domínguez.

Poco sabemos de la construcción del pequeño edificio de veraneo. Antonio Domínguez de Mesa, el padre de Óscar Domínguez, ordenó que se fabricara en sus tierras de la desembocadura del barranco de Guayonje, donde tenía una finca de plataneras. Al parecer fue edificado por Avelino y Antonio Alonso, dos hermanos tacoronteros maestros de obra. Para comunicar la finca platanera y la casa con la parte alta del acantilado, instaló un teleférico que permitía transportar los plátanos y abastecía a la casa. 

En la temporada estival el pequeño castillo se animaba con fiestas a las que su propietario invitaba a sus amigos más íntimos y, en ocasiones, a alguna cupletista. Antonio Domínguez era un propietario rural de cierta importancia en la zona pues poseía tierras en Tacoronte y Tegueste. Fernando Castro en su libro Óscar Domínguez y el surrealismo lo describe como “un hombre elegante, culto, solitario, de elegante conversación y algo mujeriego” además de coleccionista empedernido y aficionado a viajar.

Su hijo Óscar nació en 1906 en el número 60 de la calle de Herradores de La Laguna. Su madre María Palazón Riquelme, murió de fiebres puerperales dos años después del nacimiento de su hijo. Éste tenía dos hermanas mayores: Julia y Antonia. Vivió hasta la edad de ocho años en La Laguna , pasando los veranos en Tacoronte, en la casa del Calvario frente a la Alhóndiga. Un hecho relevante de estos años de niñez fue que padeció hasta los cinco años la enfermedad denominada Corea infantil de Sydenham, más popularmente conocida como mal de San Vito. Sus hermanas se volcaron en su cuidado.



De sus veranos en el castillo de Guayonje en esta etapa, nos quedan unas viejas fotografías en las que aparece en la playa y en una de las dependencias de la casa con sus hermanas y otros amigos. Más adelante pintando al aire libre ante los bancales de plataneras del lugar. De 1926 conocemos su primer autorretrato con sombrero y pipa.


En 1927, marcha a París durante diez meses. Regresa al año siguiente para hacer el servicio militar y en 1929 está de nuevo en la capital francesa. Al año siguiente vuelve a Tenerife a causa del fallecimiento de su padre que los deja en una delicada situación económica. A partir de este momento su vida continuará en Francia con esporádicos viajes a Tenerife. En 1933 viene a la isla con su amante Roma, una pianista polaca judía que posteriormente fue fusilada por los nazis. En 1935 participa en la Exposición Surrealista de Tenerife. Óscar estuvo por última vez en la isla de Tenerife en 1936 para marchar precipitadamente a Francia en los primeros días de la Guerra Civil. Se suicidó en París la noche de fin de año de 1957.

El castillo ha ido deteriorándose poco a poco, como ocurre con tantos edificios singulares de nuestra isla. 
Desde el año 2006 pertenece al Ayuntamiento de Tacoronte, que tiene previsto redactar un proyecto de rehabilitación de sus dependencias, que se destinarán a fines culturales. No obstante, en estos últimos años nuestro castillete se ha visto inmerso en el polémico macroproyecto de puerto deportivo de Parque Marítimo Guayonje, que concitó en su contra una gran movilización ciudadana que consiguió frenarlo. En este proyecto la restauración del castillo aparecía de vez en cuando como una especie de engodo para convencer a la gente de las bondades de lo que, sin duda, habría sido una barbaridad si se hubiera llevado a cabo.

En la actualidad todavía está pendiente su declaración como Bien de Interés Cultural y el proceso de su deterioro sigue avanzando.


NOTA: Las fotografías del teleférico-montagargas y de la vista del castillo desde lo alto del acantilado han sido amablemente cedidas por Rafael Cedrés a quien quiero expresar mi agradecimiento.

POST SCRIPTUM: Pepe Damas nos remite tres excelentes fotografías del castillo que incorporo. Una, en blanco y negro, es muy poco conocida. Las otras son una clara muestra de que, además de buen amigo, es un magnífico fotógrafo. Gracias.







lunes, 13 de agosto de 2012

El barco de la libertad


"Un día habrá una isla
que no sea silencio amordazado".
Pedro Carcía Cabrera. Las islas en que vivo. 1971


A todos los canarios que lucharon en defensa de la libertad.


El 18 de julio de 1936 tuvo lugar en Tenerife, como en el resto de España, la ruptura del estado constitucional republicano y la sustitución por un régimen dictatorial que, entonces no se sabía, iba a durar casi cuarenta años.

Desde el primer momento los ciudadanos tuvieron claro cuál era el talante que iba a dominar la nueva situación, pues ese mismo día comenzó un programa de detenciones, encarcelamientos y muertes, de carácter masivo pero no indiscriminado, de los progresistas más significados de la isla. Según el historiador Sergio Millares, alrededor de 20.000 canarios fueron encarcelados en un momento u otro de esos primeros pasos de la dictadura. Así, en Tenerife se hicieron tristemente famosas las llamadas prisiones flotantes –barcos anclados en la bahía de Santa Cruz que fueron llenados de presos- y el campo instalado en la empaquetadora de la empresa británica Fyffes en la Rambla de los Asuncionistas. Aunque, al contrario que en Gran Canaria, no tenemos constancia de trabajos forzados o palizas, existía en estos improvisados presidios un inmenso terror, pues militares y, sobre todo, falangistas llegaban por las noches con listas de presos que eran sacados y desaparecían para siempre. Se calcula el numero de tinerfeños desaparecidos en 2.000.


Hoy contaremos la aventura de un grupo de estos presos que en agosto de 1936 fueron desterrados en la guarnición de Villa Cisneros, la actual Dakhla, en la por entonces colonia española del Sáhara Occidental. Como ya hemos dicho, debido a la inexistencia de cárceles en Tenerife que pudieran albergar a tantos presos, se habilitó una serie de barcos anclados en la rada de Santa Cruz. Así los buques Santa Rosa de Lima, Gomera, Santa Elena y Adeje, conocidos como los pontones, albergaron a una gran cantidad de detenidos.

En agosto de ese mismo año, 37 de estos presos fueron trasladados en el correíllo interinsular Viera y Clavijo –gemelo del recientemente restaurado La Palma y gran protagonista de nuestra historia- hasta Río de Oro en la costa africana, donde fueron repartidos inicialmente entre La Güera y Villa Cisneros.

Entre ellos iban médicos, maestros, obreros, cargos electos de la Mancomunidad, del Cabildo y de distintos ayuntamientos de la isla. Quizá el personaje más conocido de todos ellos sea el poeta gomero Pedro García Cabrera, que reflejó su experiencia del destierro en el poema "Cuarto Creciente" de su libro Romancero cautivo.

Conocemos de primera mano los acontecimientos que se produjeron en aquella colonia por el relato que nos dejó José Sahareño, seudónimo que esconde la identidad de José Rial Vázquez, socialista tinerfeño que publicó en 1937 el libro Villa Cisneros, Deportación y fuga de un grupo de antifascistas, reeditado en 2007 por la editorial canaria Tierra de Fuego.
Aunque las circunstancias de la permanencia en su destierro no son excesivamente penosas, como dice el autor la fuga se convierte desde el principio en “el pensamiento fijo de nuestros días y el sueño dichoso de todas nuestras noches”.

De vez en cuando algunos de los presos eran trasladados a Tenerife para ser interrogados y juzgados y no se volvía a saber más de ellos. Vigilados continuamente por la MIA -grupo de tropas nómadas locales al servicio del ejército español- fueron fraguando desde el primer momento los planes que les permitieran escapar. Más adelante la vigilancia de la MIA fue sustituida por un destacamento del Regimiento de Infantería Canarias nº 39 y entre algunos suboficiales y la tropa comenzó una gran camaradería con los prisioneros, de tal forma que los soldados participaron activamente en la conspiración para la fuga.

En marzo de 1937 se presentó la mejor ocasión para escapar y ésta no fue desaprovechada. El capitán gobernador de la guarnición se tuvo que desplazar hacia el interior para reclutar tropas nómadas y, al mismo tiempo, se esperaba la arribada del vapor Viera y Clavijo. La madrugada del día 13, el cabo de guardia despertó al oficial responsable que al abrir los ojos se encontró encañonado por los soldados. Reaccionó sacando la pistola y se produjo un tiroteo que ocasionó la muerte de un soldado y de este oficial. Detenido el resto de los oficiales, los conjurados se adueñaron del fuerte y del polvorín y destruyeron la antena de radio de 70 metros de altura que comunicaba la colonia con Canarias.

El siguiente paso era la captura del buque que estaba ya anclado en la bahía, para lo que se obligó al práctico del puerto a acercarse en su falúa, en la que iban 12 hombres armados, mientras que otro grupo se dirigía en camión hacia la punta de la rada con una ametralladora. Una vez tomado el Viera, la tripulación de éste y algunos oficiales se sumaron a la revuelta. El barco partió con 23 presos, 93 militares del regimiento de Infantería y 34 miembros de la tripulación, más dos marineros mercantes militarizados que iban en el barco como pasajeros. Un total de 152 republicanos que se dirigieron rumbo al puerto de Dakar, en la colonia francesa de Senegal, logrando pasar de allí a Francia, desde donde entraron en la península para incorporarse a las filas republicanas.

Con la derrota de la República, algunos, detenidos por los franquistas, fueron fusilados. Otros continuaron luchando en Francia contra el fascismo y otros se tuvieron que exiliar a América, como es el caso de José Rial. El Viera y Clavijo, que estuvo retenido en el puerto de Dakar, fue devuelto a sus propietarios tras la guerra civil. Acabó sus días en Holanda, desguazado a fines de los años 70.

Han pasado más de setenta años y desde aquí queremos reivindicar la memoria de los leales al gobierno constitucional de la II República Española y romper el espeso velo de silencio que los ha ocultado.

Nota: Este es el poema de García Cabrera al que hemos hecho referencia.

Cuarto Creciente

I
De las prisiones flotantes
-mar dormida, cielo claro-
de Tenerife salieron
treinta y siete deportados.
Fue un diecinueve de agosto,
día de mi cumpleaños.
Luces de duelo y de tierra,
de la ciudad, de los barcos,
por el aire, sobre el agua,
tendían sus largos brazos.
En medio de la bahía
el trasbordo presenciaron
la luna del desconsuelo
y un pelotón de soldados.
En la tercera del “Viera”
uno tras otro, encerrados,
entre un río de fusiles
y un bosque de sobresaltos,
camino de Río de Oro,
hacia Las Palmas zarparon.
Atrás quedó la familia,
quedó el amor desvelado.
Y todo el mundo fue llave
sobre los hombros amargos.
Azotea de mi casa,
calle alegre de mi barrio,
si el viento por mí pregunta,
decid que voy desterrado.


jueves, 9 de agosto de 2012

Mi plaza

por Melchor Padilla


A mi hermano Agustín, in memoriam.

Desde los diez años mi infancia transcurrió en la Plaza del Cristo, en La Laguna. Allí jugué con mis amigos, allí aprendí a montar en bicicleta, me enamoré por primera vez –sin ser correspondido- y sentí la inmensa libertad de jugar en la calle.

Era una plaza muy distinta a la de ahora: una enorme explanada de tierra apisonada que en invierno se llenaba de charcos como mares, en los que nos metíamos con nuestras botas de agua. Estaba rodeada de unos hermosos árboles dignos de un bosque ancestral que después supe que eran olmos. En el centro se levantaba un templete que todos conocíamos como "el pabellón".

En su entorno se desarrollaron nuestros juegos, en una de sus rampas probamos el resultado de nuestra primera fabricación casera de pólvora y desde allí veíamos a los soldados del cuartel de artillería haciendo prácticas de telefonía con unos aparatos de madera con cable y beo que en los tiempos actuales de smartphone y bluetooth nos darían risa.

La plaza era nuestra todo el año, pero sobre todo en las vacaciones. Al final de cada verano comenzaba la instalación de arcos de madera con banderas españolas –al parecer en aquella época no había otras- que nos anunciaba que la plaza se adornaba para las fiestas del Cristo. Durante unas semanas se hacían dueños de la enorme plaza los cochitos locos, las casetas de tiro, una encantadora y diminuta noria para los más pequeños pintada de colorines y movida a brazo por los feriantes, los caballitos, las tómbolas y los ventorrillos que llenaban las noches de fiesta de olor a carne de cochino. Y cada 14 de septiembre esperábamos excitados el gran espectáculo de los fuegos del Risco, los de la plaza y, sobre todo, la espeluznante traca final.

Pero un día cuatro tractores derrumbaron nuestro querido pabellón. Corrían los primeros años sesenta y el por entonces alcalde de la ciudad, Ángel Benítez de Lugo, emprendía las obras que transformarían este espacio. Al finalizar éstas apareció una plaza reluciente, toda embaldosada de color blanco, rosa y gris, y, en el centro, una gran fuente luminosa que funcionaba los viernes –día de visita obligada al Santuario del Cristo-, los domingos y en las fiestas. Los viejos árboles parecían mirar asombrados los tiempos modernos que se avecinaban.

De esta plaza recuerdo las noches de verano, pues nos dejaban salir hasta un poco más tarde cuando apretaba el calor. Recuerdo sus bancos de piedra donde tantas y tantas conversaciones de adolescentes tuvieron lugar, donde por primera vez tuvimos amigas y medias novias. Una noche oí en uno de ellos tocar a la guitarra "La chica de Ipanema" a Manuel Luis Medina El Minuto, acompañado de un coro de grillos.
Nos fuimos haciendo mayores y los amigos fuimos cogiendo cada uno su camino, hasta que años más tarde pude volver a vivir en la misma plaza que habíamos dejado y ver cómo mis hijos la disfrutaban tanto como yo lo había hecho.

A finales de los noventa, durante el mandato del alcalde Elfidio Alonso, comenzó una especie de locura que transformó radicalmente nuestra plaza. Se llevó cabo un concurso de ideas para su remodelación que ganó en 1999 el arquitecto palmero radicado en Barcelona J.A. Gimbernat. Era un proyecto curioso que incluía una torre con reloj cerca de la entrada del Santuario y un aparcamiento en el subsuelo. Sin embargo, conservaba los antiguos árboles. Ese mismo año fue elegida alcaldesa Ana Oramas, quien no asumió el resultado de este concurso, por lo que quedó en el olvido.

No obstante, el interés de la iniciativa privada de hacer un aparcamiento subterráneo hizo que se le encargara otro proyecto de remodelación al arquitecto Pedro Domínguez Anadón, que se llevó a cabo y que supuso la desaparición de la fuente y su sustitución por cuatro enormes postes de acero corten rumbrientos, dijo la voz popular- que fueron denominados inmediatamente el mamotreto, la silla enterrada al revés o la banqueta sin acabar. Se puso un alumbrado escaso para el tamaño de la plaza, lo que ocasionó que por las noches resultara algo tétrica. Pero lo más grave de esta remodelación fue la alevosa tala de nuestros árboles, que se justificó con la excusa de que estaban enfermos y presentaban un supuesto peligro de rotura y derrumbe de ramas, pero que muchos pensamos se debió a que la enorme extensión de sus raíces dificultaba la obra del aparcamiento subterráneo. Los viejos olmos se sustituyeron por jóvenes tilos.


En los años siguientes vivimos una plaza “vacía y desertificada”, en palabras de Javier Ruiloba. Pero el año pasado se produjo el penúltimo episodio de la historia de nuestra infortunada plaza. La ruina, no sabemos si fortuita, ocasionada en el mercado de la plaza del Adelantado por las obras de los juzgados laguneros, obligó a buscar un lugar alternativo y se decidió instalar en la Plaza del Cristo una carpa provisional que ocupa casi toda su mitad oeste. Los vecinos de la zona llevaron a cabo un movimiento en contra del mercado que todavía continúa, pues la presencia de la instalación ha variado sustancialmente los usos urbanos de nuestra plaza.

Su futuro es incierto. Al parecer está aprobada la construcción en un solar próximo de un centro de salud, se quiere hacer la permuta de los terrenos del cuartel de Artillería para destinarlo a uso público y se habló incluso de la instalación en dicho cuartel de la Facultad de Educación. Parece ser que se pretende relanzar la zona como espacio de carácter administrativo y sociocultural para aliviar el centro de la urbe. Así, habría que añadir a lo ya citado la ubicación de oficinas municipales y otros servicios. Se está hablando de sustituir de nuevo los jóvenes tilos por olmos, como antes.

Ahora, cuando se acercan de nuevo las fiestas del Cristo, se nos plantean algunas dudas: ¿habrá traca este año tan cerca de la carpa del mercado?, ¿dónde se ubicaran las atracciones y los típicos ventorrillos? Cuando escribimos estas líneas, unos operarios estan arrancado los cuatro postes metálicos porque dificultan la instalación del escenario para las fiestas. Es el reino del despilfarro.

En cualquier caso, queda ya sólo para el recuerdo la plaza que fue y no volverá, pero también la que pudo ser y no han querido que sea.

Publicado el 7 de agosto de 2008 en loquepasaentenerife.com

ACTUALIZACIÓN


Cuando escribí estas líneas hace cuatro años terminaba hablando de que los cuatro postes metálicos estaban siendo arrancados. Este hecho produjo un cierto debate en la prensa local en el que intervino el arquitecto de la última remodelación de la plaza, Pedro Domínguez Anadón explicando las razones de su proyecto y de la presencia de los postes.


Desde entonces hasta ahora poco a cambiado: la recova, que iba a estar sólo un año, sigue allí, el centro de salud previsto está casi terminado pero la empresa quebró y ahora es objeto de ataques vandálicos, no se llegó a ningún acuerdo con el ministerio de Defensa para ubicar una facultad de la ULL en el cuartel del Cristo pero sí se ha dedicado la casona de la esquina entre la plaza y la calle de Las Cruces a sede de la Tesorería de la Seguridad Social.

Se sigue hablando del concurso de ideas para volver a cambiar la plaza e incluso el alcalde Clavijo ha intervenido hablando de la posibilidad de poner en ella una fuente como la de Montjuic de Barcelona.

Lo que no pase en esta ciudad...

ACTUALIZACIÓN 2

Un amable lector, Carlos, me envía algunas fotografías de la plaza en la época en la que existía aún la fuente. Le quiero agradecer su atención publicando las dos menos conocidas:



A través de una amiga de Facebook, Lourdes Canaria, me ha llegado esta otra bella imagen.




lunes, 6 de agosto de 2012

El castillo olvidado


Hace ahora diez años el Cabildo de Tenerife publicó la incoación de expediente de delimitación del entorno del Bien de Interés Cultural Castillo de San Joaquín. Desde entonces el viejo castillo sigue, si nadie pone remedio, su lento proceso de deterioro. Situado en plena zona urbana metropolitana, cerca del mirador de Vistabella, queda escondido por la gran cantidad de edificios que desde los años 70 han ido convirtiendo el área de Santa Cruz-La Laguna en una conurbación.

Si nos acercamos, podemos apreciar los vestigios de su última ocupación como prisión militar. Así, vemos los letreros que separaban las distintas zonas en las que cumplían sentencia los oficiales, los suboficiales y la tropa. Podemos pasear libremente por las antiguas habitaciones, baños y servicios. En una puerta algunos objetos personales y un geranio fresco nos indican que quizá alguien este utilizándolo como residencia habitual, lo que corrobora el aspecto de otra habitación, en uno de los patios interiores, que tiene la puerta clausurada para, suponemos, proteger algunas pertenencias.

Nos acercamos a una de las ventanas y a nuestros pies aparece toda la ciudad de Santa Cruz con el puerto al fondo y el mar. Este castillo es, pues, como una atalaya que vigila toda la subida desde el puerto hasta la, por entonces, capital de la isla: La Laguna.

Veamos cuál es la historia de nuestro castillo. El gran peligro para las islas desde el siglo XVI hasta principios del XIX eran los ataques navales, tanto piratas como corsarios o, simplemente, por parte de las potencias extranjeras ávidas de apoderarse del archipiélago (recordemos que el siglo XVIII se va a cerrar con el ataque de Nelson a Santa Cruz). Desde la visita de Torriani a finales del siglo XVI se había levantado en el lugar que ocupa hoy el castillo de San Joaquín una plataforma artillada que tenía como objeto la vigilancia de la cuesta que sube desde Santa Cruz, por si fallaban las defensas de la costa.


En 1740 el ingeniero militar Riviere nos describe las defensas del puerto. Dice "a la orilla del mar hay una torre de guijarros y barro que no tiene combeniencia para poner una guardia, se necesita erigir en dicho paraje una torre fuerte, reducida, para que cuatro o seis hombres puedan defender las embarcaciones con la artillería. (San Andrés) De la playa de San Andrés (…) hasta San Juan se encuentra el castillo de Pazo Alto, torre de San Miguel, torre de la Candelaria, Batería de San Antonio, batería de Santa Isavel, fuerte de San Pedro, fuerte del Rosario, Castillo prinsipal, nombrado San Cristóbal, la plataforma de Nuestra Señora de La Concepción, la batería de Nuestra Señora de Regla, nombrada de San Francisco, y el castillo de San Juan. Las referidas baterías y castillos defienden el puerto y lugar de Santa Cruz.

No obstante, por si fallaban estas defensas y para evitar que el enemigo penetrara hacia La Laguna, se decide construir una batería que pudiera albergar cuatro piezas de artillería y que sirviera asimismo de polvorín. Los planos los firma en 1789 el también ingeniero militar Fausto Caballero. Hemos de hacer un aparte para comentar la importancia que tuvieron los ingenieros militares no sólo en la construcción de edificaciones de defensa sino también en la elaboración de los planos y mapas de las islas en aquellos años; tengamos en cuenta que fueron el primer cuerpo de técnicos de la administración estatal.


Para hacernos una idea de cómo era la fortificación en sus primeros tiempos podemos observar una fotografía de finales del XIX o principios del XX en la que aparece una imagen muy distinta de la actual. En una vista aérea vemos su planta con cuatro potentes torres circulares en los ángulos del cuadrilátero, así como diversas dependencias para el cuerpo de guardia, cocinas, etc.

En 1899 fue transformada para instalar el Cuerpo de Colombofilia Militar y su palomar, hasta que en 1913 pasó a ser utilizada como almacén de la Comandancia de Ingenieros. No obstante es más conocida por los que hicimos el servicio militar obligatorio porque en 1944 fue convertido en Prisión Militar –"el Castillo"- por lo que se modificó su interior para construir las celdas. A partir de 1991 pierde su función militar y pasa a manos particulares.

Como ocurre con tantos bienes patrimoniales canarios, parece que la declaración de Bien de Interés Cultural es como –permítaseme la expresión- el beso de la muerte, pues no sólo no ayuda a la conservación de los mismos sino que parece que los condena a su destrucción. Parece como si las distintas administraciones canarias abandonaran todo interés por los elementos de nuestro patrimonio una vez que los han declarado BIC. No obstante sirvan estas líneas para dar a conocer otro de los restos de nuestro pasado que convive, y languidece, entre nosotros.

Publicado en loquepasaentenerife.com el 29 de junio de 2008

Fotografía de los años 40 (Foro Gran Capitan)